sábado, 9 de octubre de 2010

Sábado por la mañana, llueve. Hoy he dormido bien y me he despertado sólo, sin ruidos, sin llantos... sólo la lluvia golpeando contra la ventana. Hoy, por fin, después de mucho (no recuerdo cuanto), me siento extrañamente descansado y feliz.

Desayuno una taza de café y unas tostadas que me saben a gloria... la lluvia sigue llamando mi atención contra los cristales, a parte de esto, el silencio reina en la casa. Recojo la mesa, limpio los restos del desayuno y compruebo que todas las ventanas están cerradas, o al menos, que el agua no esté entrando.

Me visto con lo más cómodo que encuentro, no me apetece poner música de fondo, como sería lo normal en estos casos, sólo quiero escuchar el repiqueteo del agua contra los cristales. Busco mi cartera, las llaves de la casa y de mi coche. Me pongo un impermeable y cojo el paraguas.

Bajo por las escaleras, me apetece. Salgo bajo la lluvia y ni siquiera uso el paraguas, voy dando un paseo hasta el coche. Cuando entro me doy cuenta de que se me ha olvidado el móvil, pero no me importa. Conduzco tranquilamente y con cuidado, la gente me desconcierta cuando va al volante en un día como este. Llego al aparcamiento del hospital y busco un sitio resguardado para aparcar el coche. Camino pausadamente disfrutando de cada gota de agua hasta llegar al centro. Subo las tres plantas que me separan de pediatría y llego a la habitación donde Alba Marina ha pasado casi una semana. Cuando me ve sonríe y  aplaude. Corre hacia mí y alza sus brazos para que la coja, está contenta, como yo. A su corta edad, un añito recién cumplido, parece darse cuenta de que hoy es un día especial. La cojo entre mis brazos y empieza a señalarme todo lo que hay en la habitación. Quiere enseñarme todo lo que ha aprendido. Me acerco al cuadro con un payaso dibujado y empieza a lanzar sonidos indicándome que le diga lo que es, un juego que ha aprendido y que le encanta. Le voy indicando el nombre de todo lo que me señala hasta que se cansa y quiere ir al suelo a jugar con uno de los juguetes que dejan a los niños en esta planta.

Mientras, Eva y su madre recogen todas las cosas de la habitación. Yo ayudo y juego con la niña. Una vez terminado, salimos de la habitación y nos despedimos de las enfermeras, las cuales se han portado muy bien con la niña (se que me voy a acordar de ellas por mucho tiempo, han sido geniales con la niña y con nosotros).

Vamos al coche, Eva se lleva a Marina en el suyo y yo las maletas y bolsas en el mio.
Sigue lloviendo.

De vuelta a casa, la última semana me vuelve a la cabeza. La carita de Marina cuando el lunes por la mañana fui a recogerla a la guardería porque su profesora se dio cuenta de que algo no iba bien. La niña llevaba desde el jueves anterior sin comer ni beber lo que debiera, pero esta vez se veía que había algo más. La llevé a casa y la tumbé sobre nuestra cama para ver si dormía un poco, parecía una muñequita entre mis brazos. Los bracitos colgando, la cabecita apoyada sobre mi hombro, sin hablar, sin moverse... sin quejarse.



Esa misma tarde, ingresan a la pequeña por urgencias. Sospechan de mononucleosis, aunque debido a la falta de líquido y a las pocas ganas de comer, necesita que esté en observación y una vía constante de nutrientes por vena. Desagradable, pero efectivo Marina empieza a reaccionar a las pocas horas. Ya al menos, se mueve y le vuelve algo de color a su carita.


Esa noche se queda Eva con ella. Ninguna de las dos duerme bien, pero da igual, la enana está controlada y vigilada y está con mami. Una sucesión de enfermeras y médicos se encarga de su seguimiento, y podemos ver, como poco a poco, el brillo de los ojos que la caracteriza va volviendo, aunque sigue débil , quejicosa, y  algo más delgadita... se la ve distinta.

El martes me toca a mi. Intento ir al trabajo e intento distraerme, pero a penas resulta. Estoy colgado del teléfono y aunque en ese momento esté en buenas manos, la incertidumbre se vuelve una constante que no consigo quitarme de la cabeza. Mis compañeros de trabajo, indirectamente, me apoyan, y la linealidad del día se hace corta, por lo que salgo de compras para ver como nos disponemos para pasar unos días en casa con un mínimo de aprovisionamiento, tras lo cual me preparo y salgo para el hospital para sustituir a Eva. Me encuentro con mi madre y dos de mis hermanas, sus respectivos y con mis sobrinos en la habitación.

Después de la cena de hospital, que curiosamente estaba bastante aceptable, me echo junto a Marina e intento que se sienta cómoda hasta que los dos nos quedamos profundamente dormidos.

A las tres de la mañana me levanto con muy mal cuerpo y comienzo a vomitar sin parar. Llamo a las enfermeras que llaman corriendo a una tía mía que trabaja en urgencias y sube en cuestión de segundos a ver que pasa. Sospechosamente, tengo los mismos síntomas que la peque, por lo que parece que mi destino inmediato es urgencias. Tras un rápido chequeo y lo que para mi fue un interminable interrogatorio, me dejan bien acostadito junto Marina y bajo observación. En las horas siguientes sigo con los vómitos y el mal cuerpo y  a las seis y media de la mañana tengo que llamar a Eva porque no puedo ni con mi cuerpo y no me atrevo a estar sólo con la pequeña. Tras un ligero pero efectivo descanso llego a la conclusión, que toda esa tranquilidad y buena cara de estos días no era más que fachada, y que el mal estar de la niña me preocupa en exceso, por lo que decido que voy a dejar de ocultar mi preocupación. Me quedo con Marina toda la mañana del miércoles, a pesar de la fatiga, e intento jugar con ella, parece que mejora por momentos, y eso me anima más.

Eva llega a la una de la tarde y cuando la peque y ella terminan de comer me voy a casa y me echo un ratito. Eva me despierta seis horas más tarde y tras un café (no podía comer nada, no me apetecía), me voy a visitar a mis dos niñas al hospital.

Han pasado la tarde escuchando música y viendo dibujos animados. Parece que ya va tomando interés por las cosas que le rodea, pero se le ve hastiada a pesar de todo. 


Esa noche, que le toca a Eva quedarse con la enana apenas puedo pegar ojo. Aunque intento no pensar en los detalles, el mal estar me da vueltas por el estómago.

Me despierto y antes de desayunar, llamo a Eva. Esta vez han dormido mejor, pero a Marina hay que seguir insistiéndola para que coma algo. Lo poco que ha desayunado lo ha echado, por lo que la pediatra decide dejarle la intravenosa un día más. Intento ir a trabajar y me distraigo con todo el papeleo pendiente. Llego a casa y me tomo un desayuno normal y corriente como comida, no tengo hambre y me propongo que el café con tostadas sea una obligación. Recojo las cosas que necesito para pasar otra noche en el hospital y me marcho.

Paso una tarde muy agradable con Marina, Eva se ha ido a descansar y por mucho que quisiera, no tengo cosa mejor que hacer que jugar con la enana.

 

Tras una tarde animada, entre juguetes y dibujitos de Mickey Mouse, llega Eva para ver como le va a la enana, y ante mis maravillados ojos me trae para cenar una tortilla de patatas. Creo que el día tiene todos los tintes de acabar bien.



Amanece el viernes con una sonrisa en la carita de Marina y unas ganas de jugar que me muestra que ya va siendo la de siempre. Se toma el desayuno sin rechistar, se da un paseo por la habitación, lo cual me sorprende, porque maneja la percha del gotero como si fuera lo más normal del mundo. Supongo que esa alegría es muy contagiosa, porque nos lo pasamos tan bien que se pasa la mañana muy rápido.


Pasada las dos aparece un enfermero para quitarle el gotero a la niña, la cosa mejora por momentos. Una vez se ve libre de él (del gotero digo), y ve que puede tener control sobre su manita otra vez, la locura invade la habitación. Aún no puede salir, la supuesta enfermedad de la enana es contagiosa para otros niños, por lo que tenemos que distraernos como podemos.



Es increíble con lo poco que llega a divertirse un niño, es una pena que olvidemos con el tiempo lo sorprendente que nos resulta lo que nos rodea, que nos acostumbremos a todo con tanta velocidad que no seamos capaces de ver que los que nos rodea, no siempre es tan aburrido.

Eva se queda esta noche, por lo que yo espero a que las dos cenen para marcharme. Marina ya no rechaza la comida, lo que es un inmejorable indicativo de que mañana le den el alta seguro. Estamos todos contentos. Hoy la enana ha tenido muchas visitas, y parece que todo va bien. Me voy a casa con la mente despejada y contento, sin preocupaciones y sintiendo algo que hacia tiempo no experimentaba... tranquilidad.

Sábado por la mañana, llueve. Hoy he dormido bien y me he despertad...

Una vez en casa, Alba Marina la recorre, parece que quiere ver si todo está en su sitio. Una vez convencida de que es así, se va a su cuarto y se sienta frente a la tele señalándola para que Eva le ponga uno de sus programas preferidos (por fin algo que no es La casa de Mickey Mouse). Parece que se relaja, y no es para menos, a pesar de que se trate de un vídeo didáctico para bebés, creo que la música y las imágenes la mantienen en éxtasis...


Viéndola así, creo que es el momento de empezar a olvidar todo lo malo ya pasado y sólo recordar todo lo bueno que nos puede dar...

***

PD: Necesitaba escribir esto, no suelo hablar de temas personales con nadie fuera de mi entorno, no lo veo necesario, pero esta vez he estado muy preocupado y esto puede haber sido una liberación, junto a lo que llevo de día, claro. Estaba muy apartado de todo, bastante hastiado, poco comunicativo y otras cosas de las que tendría que echar mano al diccionario de sinónimos y veo absurdo el hacerlo. Ha sido una semana lenta y muy densa, con alti-bajos, con apoyos sinceros y malas y buenas noticias (de estas más). Lo hemos pasado mal por lo mal que estaba Alba Marina, y aunque sabíamos que todo iría a mejor, no es justo ver a una hija sufrir de ninguna de las maneras. Muchas gracias a todos.